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21 de agosto de 2016

Domingo 21 de Agosto de 2.016

Evangelio:

San Lucas 13, 22-30

La salud de los gentiles y la reprobación de los israelitas

Luk 13:22 Jesús recorría ciudades y aldeas, enseñando y siguiendo su camino hacia Jerusalén.
Luk 13:23 Le dijo uno: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él le dijo:
Luk 13:24 «Esforzaos a entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos serán los que busquen entrar y no podrán;
Luk 13:25 una vez que el amo de casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Él os responderá: «No sé de dónde sois».
Luk 13:26 Entonces comenzaréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas».
Luk 13:27 Él dirá: «Os repito que no sé de dónde sois. Apartaos de mí todos, obradores de iniquidad».
Luk 13:28 Allí habrá llanto y crujir de dientes, cuando viereis a Abraham, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras vosotros sois arrojados fuera.
Luk 13:29 Vendrán de Oriente y de Occidente, del Septentrión y del Mediodía, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios,
Luk 13:30 y los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos».

Sagrada Biblia. Nacar-Colunga (1.944)

«Palabra del Señor»

«Gloria a ti Señor Jesús»

Meditación:

La salud de los gentiles y la reprobación de los israelitas

No es lo mismo, comer y beber el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que comer y beber, en pecado mortal, en la Iglesia de Dios, la Católica. No es lo mismo, ser de Cristo, que estar con Cristo.

No es lo mismo, ir al Cielo, que ir eternamente al Infierno. Y, Dios mismo, dijo que muchos quedarían fuera, una vez cerradas las puertas. Y total, ¿para qué? Igualmente, dime, señálame a uno que haya sido o sea feliz, totalmente feliz, en este mundo. Repasa la historia de los grandes, repasa tu vida y observa a tus semejantes, y dime a uno que no sufra…

¿Ves?…

Y tanto miedo a sufrir, tanto miedo a rechazar lo que te hace mal, por un poco de felicidad terrenal. Si aún pudieras ser feliz en la tierra, pero ni eso.

No tengas miedo al sufrimiento, porque igualmente vas a sufrir, igualmente estás ya sufriendo tanto. Ay hijo, ay hija, ¡ven a mis brazos! Y vayamos a Cristo, a Dios.

Suframos. ¿¡Y qué!? ¡¡Suframos juntos tú y yo en Dios, con Dios y con la Virgen María!! No sufras solo, como tantos sufren, solo y aislado de los que te aman, pero que te temen, temen que los arrastres por tus pecados a la perdición, a que, quedándose contigo, se les cierre la puerta. Y es justo que teman, porque Dios lo dijo claro: -Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa haya entrado y haya cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y os responderá: «No sé de dónde sois». Entonces empezaréis a decir: «Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas». Y os dirá: «No sé de dónde sois; apartaos de mí todos los servidores de la iniquidad». Allí habrá llanto y rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahám y a Isaac y a Jacob, y a todos los profetas, en el Reino de Dios, mientras que vosotros sois arrojados fuera.

Hay miedo, tiene que haber miedo, de estar unidos a los malos amigos, a personas que no aman a Dios sobre todas las cosas, porque uno se juega la Vida Eterna. Y no son tonterías, son billones, trillones de años, unos detrás de otros, hasta no acabarse nunca más. Esto por un lado, y unos ciento veinte años, que es lo que puede  vivir el hombre, por otro lado.

El pecado, lo estuvimos comentando el otro día, el pecado ¡no puede permitirse! Debemos luchar contra él, amando al pecador, de tal manera, que no queramos que peque, y si peca, debemos ayudarlo con nuestras oraciones, ejemplo y palabras de reconciliación con Dios, pero debemos, sobre todo, a los niños y jóvenes que no están formados, debemos protegerlos del pecado y ayudarlos a ser salvados por Cristo Rey.

No podemos, por amor al pecador, tentar al niño, escandalizarlo. Amar, no es sólo preservar la vida física, sino también ayudar a todos a alcanzar la Vida Eterna. Y todo lo que escandalice a un niño, debe ser apartado de tu vida, por mucho que ames al pecador, por mucho que sufras sin verlo, pero no mates en ti al niño que todos llevamos dentro, esa pureza que salvaguarda tu vida espiritual de ser dañada por una mala conciencia. Hay que tener conciencia de pecado. Hay que saber lo que está bien y lo que está mal, y hay que abandonar el mal, y vivir en el bien. Amén. Y así viviremos para siempre, y así, los que no quieran dejar su pecado, por nuestro alejamiento, a su intención de seguir pecando y no poner remedio al mismo pecado, les puede hacer reaccionar y buscar, otro día, la santidad, cuando se den cuenta de que, en el pecado, se sufre; que no hay felicidad en las cosas de la tierra, sino en la esperanza de una Vida Celestial.

P. Jesús

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