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3 de octubre de 2021

Domingo 3 de Octubre de 2.021

Tiempo Ordinario/27º

Misal virtual de hoy AQUÍ

Evangelio:

San Marcos 10, 2-12

No repudies a tu cónyuge

2Llegándose unos fariseos, le preguntaron (a Jesús), tentándole, si es lícito al marido repudiar a la mujer. 3Él respondió y les dijo: ¿Qué os ha mandado Moisés? 4Contestaron ellos: Moisés manda escribir el libelo de repudio y despedirla. 5Díjoles Jesús: Por la dureza de vuestro corazón os dio Moisés esta ley; 6pero al principio de la creación los hizo Dios varón y hembra; 7por esto dejará el hombre a su padre y su madre, 8y serán los dos una sola carne. De manera que no son dos, sino una sola carne.9Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. 10Vueltos a casa, de nuevo le preguntaron sobre esto los discípulos; 11 y les dijo: El que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera contra aquélla; 12y si la mujer repudia al marido y se casa con otro, comete adulterio.

Sagrada Biblia. Nacar-Colunga (1.944) 

«Palabra del Señor»

«Gloria a ti Señor Jesús»

Meditación:

No repudies a tu cónyuge

Cásate bien y no tendrás que repudiar a tu cónyuge, es más, serás tan feliz, seréis tan felices, que disfrutando de vuestro amor esponsal en la caridad de servir a Dios, y por Él y con Él, uno al otro y a los hijos de los dos, no pensaréis ni en el divorcio ni en la separación, sino en vivir muchos años en esta condición de amaros como santos esposos.

En el matrimonio bien entendido, se entienden el uno al otro, sabiéndose unidos por la fe en Cristo, que es quien los mantiene fuertemente unidos, respetando cada uno su personalidad, aceptando su individualidad y la formación de su carácter, que es una cosa constante, porque por las circunstancias de la vida, la gente cambia, y siempre tendría que ser para mejor, y con la ayuda del cónyuge podría serlo, porque el matrimonio que se ayuda, sobre todo con oraciones y el buen ejemplo, ese gana en amor y santidad, y las malas temporadas, que siempre hay, se pasan aún más cerca el uno del otro, más unidos que nunca, recibiendo siempre el apoyo que hace crecer el amor y hace que se fundan en uno y vivan la dicha de amarse y disfrutar juntos de la vida.

El amor de esposos no es un contrato comercial, sino de amor; pero algunos que dicen y piensan casarse por amor, a lo mejor no es por un amor de entrega, sino de recepción, de sólo recibir y no dar nada de sí. Entonces, cuando el cónyuge pasa sus problemas personales, que siempre hay, y quizás está más absorto en sus cosas, sea porque siente dolor por alguna cosa, sea porque no se encuentra bien físicamente o padece por la gente que ama, quizás su familia, entonces el otro, que a veces no comprende, o no lo sabe, empieza a pensar que no le agrada no recibir, que le molesta dar sin recibir en el acto, y se va enfriando; porque hay quien ama si le aman, y en el matrimonio, por el sacramento dado el uno al otro, si es legal, el amor no se puede enfriar, aunque el otro esté enfermo o de viaje de negocios, o visitando a sus padres. El amor esponsal tiene una bendición tal, del Cielo, que permite que ya aquí en la tierra se pueda disfrutar del amor de dos, que amándose, son amados y sienten las delicias del goce de ser para otro parte de sí mismo, como lo seremos todos en el Cielo; cada uno de nosotros nos fundimos en Dios que es Amor y que nos ama aunque no estemos nosotros al cien por cien pensando en Él, porque algún problema nos preocupa y nos aparta de los demás, haciéndonos entrar en nosotros mismos para afrontar esa circunstancia que vivimos. Jesús también pasó por eso, en la noche de la traición; Él, sabiendo lo que le ocurriría, y que ocurrió, se sintió solo y lleno de dolor. Y a veces pasa esto, que el dolor muy profundo, hace que uno de los cónyuges se encierre en sí mismo, y el otro quiere los deleites del amor, y no comprende que el sufrimiento ponga, digamos, cara larga, al que lo padece; se necesita mucha misericordia para demostrar el amor matrimonial, y pocos la tienen, porque más de uno se ha casado para disfrutar de la vida, han visto muchas películas con el final feliz, pero la vida continúa después del día dichoso de la boda entre los esposos.

Han de tener una sensibilidad especial para comprender lo que es amar el varón a la mujer, o la mujer al varón, porque vivir juntos, y además, con los hijos, si Dios se los da, es un agradable sacrificio a perpetuidad; sacrificio de uno mismo, porque lo más fácil es recibir, pero ir a dar, salir de uno mismo, aceptando al otro, a los hijos, eso cuesta, y además tener que ayudarlo-s a vivir la santidad, sobre todo aliviándole los problemas que toda convivencia conlleva, y añadiendo mucha ternura, caricias y palabras bonitas, que son la sal de la vida conyugal.

Quien no quiera ser santo-a, que no se case.

La santidad es tanto o más necesaria en el sacramento matrimonial, que en otra condición social o cristiana; porque el matrimonio son dos, sólo dos, y siendo así, es fácil discutir, porque sólo ves al otro; de ti, pasas al otro, y siempre es así; y además, sólo tienes una persona que puede hacerte frente, que puede privarte de tus deseos, incluso los lícitos, tu cónyuge, que a lo mejor le apetece algo distinto, y no se ha enterado de que tu deseo lo tienes muy arraigado; o ese deseo tuyo, pisotea, sin querer, al suyo, porque cada uno ha tenido y tiene su vida personal que le ha marcado, y lo que puede agradarte a ti, el cónyuge puede despreciarlo. Entonces tendrás que saber, que no es precisamente que esté contra ti, sino que es su manera de ser; y el que aprenda cuanto antes esta lección, debe ayudar al otro, primero aceptándolo, luego rezando, para pasar a hablarlo con paz, con un tierno diálogo de comprensión.

El cónyuge que sea más santo, dirá siempre como Jesús: “¿qué quieres de mí?”; eso es el amor, ceder, darse, entregarse, comprender, aceptar y renunciar para ganar.

De renunciar para ganar, os hablaré mañana.

Os espero.

¡Hasta mañana!

P. Jesús

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