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22 de diciembre de 2018

Sábado 22 de Diciembre de 2.018

Tiempo de adviento /3º

Misal virtual de hoy AQUÍ

Evangelio:

San Lucas 1, 46-56

Dios pone sus ojos en el humilde

46Dijo María: Mi alma engrandece al Señor 47y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador, 48porque ha mirado la humildad de su sierva; por eso todas las generaciones me llamarán bienaventurada, 49porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso, cuyo nombre es santo. 50Su misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen. 51Desplegó el poder de su brazo, y dispersó a los que se engríen con los pensamientos de su corazón. 52Derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes. 53A los hambrientos los llenó de bienes, y a los ricos los despidió vacíos. 54Acogió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia. 55Según lo que había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre. 56María permaneció con ella como unos tres meses, y se volvió a su casa.

Sagrada Biblia. Nacar-Colunga (1.944) 

«Palabra del Señor»

«Gloria a ti Señor Jesús»

Meditación:

Dios pone sus ojos en el humilde

¡Cuántas cosas te ha dado Dios!, cosas que no puedes despreciar, que no puedes esconder, que debes aceptar, valorar, utilizar y aumentar.

Vienes al mundo, solo, pero bien preparado, con los bienes que Dios te ha dado, para que hagas tu obra maestra con tu vida. Tú tienes un valor, el valor de la vida; Dios te ha dado la vida y por eso vives, y por lo cual, siendo hijo de Dios, has llegado al mundo con lo necesario para triunfar, para que, siendo como eres, hagas tú lo que Dios quiere que hagas.

De acuerdo, has nacido desnudo, has venido al mundo solo; por eso mismo tienes que tener claro que eres libre, libre de ser tu mismo, de creer en ti mismo, y de confiar en otros; eso también, porque naciste por los actos de otros, de tu padre y tu madre, unidos en un acto físico, que tenía que haber sido por amor, y no sólo eso, además, ambos tenían que haber estado unidos uno a uno, y los dos juntos, a Dios. De ser así, esa es la manera lícita y adecuada de darte vida, de dar vida, siempre en el bien, con el Sumo Bien.

Volvamos a ti, y recordemos el Evangelio de hoy, que nos recuerda las palabras de la Santísima Virgen María, que dice: -«Proclama mi alma las grandezas del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava». Y tú, como Ella, la Virgen María, tienes que saber que Dios ha puesto sus ojos en ti, y si eres humilde en darte cuenta de que tus valores los tienes, porque te fueron dados por Dios, al crearte en el vientre de tu madre, podrás tú decir, como la Virgen María: -«Proclama mi alma las grandezas del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador». ¡Alégrate, hijo-a de Dios!, porque si has nacido, y ¡has nacido!, porque tienes vida, porque vives, es para recibir de Dios, Jesús, tu salvación.

Mira al Niño Dios en el pesebre, humilde, pequeño, solo, en la libertad de ser un ser independiente, como tú lo eres, y, ¿qué ves?…

Tú, como el Niño Jesús, Dios Bebé, esta Navidad, te sientes solo, y tienes frío, y te ves sin casa, sin un hogar; incluso quizás, estás en tierra extraña y sin abrigo, sin el calor de una seguridad, viviendo la inseguridad del presente, como la vivió el Niño Jesús, teniendo Él a su Madre y a su padre adoptivo, San José, que como Él, Jesús, Dios, que como tú, también sufren en esas condiciones momentáneas, pero reales, que la vida misma lleva a todos, vivir en circunstancias adversas y dolorosas, inducidas a ellas por otros, por deseos de otros que van “a la suya” con sus decretos. Así te veo yo a ti, hijo mío, hija mía, como otro Niño Jesús, que no le queda otra, que aceptar la realidad, pasar por unas condiciones que no desearías, pero que debes afrontar con paciencia, con bondad, con caridad, para que viviendo así, hagas bien a otros que, como los pastores, tienen trabajo, y trabajan duro, pero necesitan una esperanza, la esperanza de su salvación, alegrarles la vida con tu fe, con esas palabras que pronunció la bendita y santa Virgen María, Madre de Dios: «y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador».

¡Alégrate!, pases lo que pases, estés como estés, vivas lo que vivas; ¡por Dios!, ¡alégrate!, porque la salvación está a tu alcance, por tu fe, por creer que el Niño Jesús es Dios Hijo, que vino al mundo para salvarte. ¿Quieres salvarte?, ¿quieres salir de ésta, sea la circunstancia o circunstancias que sean, que te hacen sentirte como un niño, como un bebé recién nacido, necesitado de todo, indefenso y débil, ante todo lo que necesitas y te falta? Entonces haz como la Virgen, Madre de Dios, y di: «Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo; su misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen.» Y tú tienes miedo a que Dios te haya abandonado, a que Dios no se acuerde de ti esta Navidad; como parece que no se acuerda de ti, desde que sufres tanto, y le temes, temes que Dios te haga pagar, en vida, tus pecados.

¡Hijo!

¡Hija!

¡Ven a mis brazos, esta Navidad!

A los brazos fuertes de un sacerdote fiel, que tantas veces los he alzado para pedir por tu bendición, que es la de entregarte al Señor, al que es el Señor de todo lo creado, ¡de ti!, el Hijo de Dios, que está en la Eucaristía, que derrama sus virtudes y salvación, en cada Comunión bien hecha que haces.

“Padre, bendícelos”…, eso ruego por ti.

Y, mira el regalo que tienes contigo, estos dones y talentos que Dios te dio antes de nacer tú, para que pudieras enfrentarte a cualquier circunstancia en que te halles. ¡Confía en ti!, porque Dios cree en ti, por eso te dio la vida, sabiendo que podrías salir vencedor de cualquier derrota que recibieras de otros, de la vida misma, de tu pecado, que tantas veces te ha decepcionado de ti mismo-a, pero que sólo reafirma que ¡estás vivo!, ¡que necesitas acudir al perdón de Dios! Tú pecas, para acercarte a Dios, para ir humilde a solicitar su perdón, y en este acto, TE HACES GRANDE, porque la grandeza de una persona, es su humildad.

Tienes tántas cosas por hacer, por vivir… ¡tántas!

Arrodíllate y pide perdón. Y tu temor a Dios, se volverá en misericordia para ti y para los demás, esos que te han hecho pecar, haciéndote enfadar, dándote mal ejemplo, recibiendo tu maldad.

Ponte en paz con la humanidad, véte a confesar. Acepta, que a veces, no te has comportado bien, es más, te has comportado mal, y a veces, muy mal, porque no has hecho el bien, porque has dejado de hacer el bien, porque no fuiste bueno-a.

Y di, como dijo la Santísima Virgen María: «Manifestó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó de su trono a los poderosos y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos los despidió vacíos. Protegió a Israel su siervo, recordando su misericordia, como había prometido a nuestros padres, Abrahám y su descendencia para siempre.»

P. Jesús

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