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20 de octubre de 2016

Jueves 20 de Octubre de 2.016

Evangelio:

San Lucas 12, 49-53

El fuego de Dios

Luk 12:49 Dijo Jesús a sus discípulos: «Yo he venido a echar fuego en la tierra, ¿y qué he de querer sino que se encienda?
Luk 12:50 Tengo que recibir un bautismo, ¡y cómo me siento constreñido hasta que se cumpla!
Luk 12:51 ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que no, sino la disensión.
Luk 12:52 Porque en adelante estarán en una casa cinco divididos, tres contra dos y dos contra tres;
Luk 12:53 se dividirán el padre contra el hijo, y el hijo contra el padre, y la madre contra la hija, y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra».

Sagrada Biblia. Nacar-Colunga (1.944)

«Palabra del Señor»

«Gloria a ti Señor Jesús»

Meditación:

El fuego de Dios

¿Qué mantiene en la fe y sus obras de la misma, a los religiosos? El fuego de Dios, éste del que nos habla el Evangelio de hoy.

No todos están de acuerdo, cuando una persona quiere dedicarse plenamente a la religión; muchos están en su contra, y el alma sufre de dolor, pero el fuego de Dios la alimenta para ser fiel a la llamada de una vida digna, en la libertad de vivirla para Dios, en Dios, con Dios.

¡Ánimo, religiosos!

Animaos unos a otros, con la caridad de una vida santa, llenos de paciencia y bondad, donde la obediencia tiene que ser fiel con el Superior, que como ser humano, tendrá defectos, ¡lo sabemos!, pero ¡alguien tiene que mandar!, son las reglas en los monasterios, en la vida religiosa, donde querer obedecer, es un voto que hay que cumplir. Difícil en estos tiempos donde en muchos hogares, no se ha practicado tal virtud y mandamiento hacia los padres. Por eso os regaño a los que, viendo los defectos, quieren juzgar por ellos, y van diciendo por ahí los defectos, que con cariño y respeto, deberían encubrir, y con caridad, ayudar a solventar para una vida de santidad, en quien los tiene, y además tiene la difícil condición de conducir el pequeño rebaño del Señor. ¡No mires las cosas pequeñas!, observa la gran vocación, que llevó al religioso, a la religiosa, a dejarlo todo por entregarlo a Dios, ¡como tú!

Ayudaos, hermanos, hermanas, a la santidad, como deben ayudarse los esposos a la misma, porque la vocación de todos es una, ¡ser santos!

Sé realista, es mejor que ayudes, a que critiques.

Ora, que la oración lo puede todo. Y si esperabas una vida santa en Comunidad de religiosas, religiosos, te digo que en la tierra, no está el Cielo, sino que en esta tierra, uno-a se gana el Cielo por aceptar el bien y el mal, y dar bien por todo lo que se recibe y que Dios permite, para mayor santidad de todos, porque la comunión de los santos es real y viva.

Acepta los defectos de los demás, y alivia sus consecuencias poniendo paz, dejando las quejas y las habladurías. ¡Calla y reza más! Sabes bien que es cuando Dios te ama más, cuando vives pensando en Él; siempre hallarás maldad en este mundo, sea en un convento, o en la familia,  o en el trabajo, o la labor del día a día; así es la vida, no pretendas esconderte en un convento, porque no va de esto la vida religiosa, no va de esconderse y criticar, de chismorrear y pasar una vida ociosa, sino que la vida monástica es una vida dura, austera, y vida de soledad estando en comunidad, vida para el bien de la Iglesia.

¡Tú eres Iglesia! ¡Sí!

P. Jesús

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