Sábado 16 de Septiembre de 2.017
Evangelio:
San Lucas 6, 43-49 Espíritu de benevolencia Luk 6:43 Decía Jesús a sus discípulos: «Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni tampoco árbol malo que dé fruto bueno, Sagrada Biblia. Nacar-Colunga (1.944) «Palabra del Señor» «Gloria a ti Señor Jesús» |
Meditación:
Espíritu de benevolencia La mayoría de las personas quiere tener casa propia, quiere hacerse un hogar donde habitar con paz, amor y alegría; un lugar donde pueda esperar con paz y esperanza, ver pasar un día y otro día; y para ello sueña, vive y trabaja, para alcanzar un día, la alegría de tener su casa, un hogar donde descansar de las vicisitudes de esta vida. Dios, Jesús, sabiendo esto, les habló a sus discípulos del proyecto y, sin ser constructor de viviendas, les habló técnicamente de lo que es necesario para que esa casa deseable, sea perdurable. Quizás algunos, jamás podréis tener una casa propia donde descansar en vuestra vejez, quizás ahora tenéis una, y es bien bonita, ¡linda!, pero llegará vuestra ancianidad, y a un asilo de ancianos, os van a trasladar; posiblemente os pase esto a algunos, porque en la vejez, el cuerpo necesita de cuidados, de la ayuda de otros, y… y… ¿dónde están los hijos? Algunas personas, bien intencionadamente, los han estado evitando, aludiendo razones graves, como es conseguir casa propia, y en la ancianidad, se pueden ver viviendo en un asilo de ancianos, porque nadie podrá cuidarlos, nadie que lleve su sangre y que tenga su apellido. No os digo nada nuevo, os relato la experiencia de un sacerdote que ha oído tantos lamentos y he consolado tantos corazones, confortándolos a que la casa que hicieron, se la queden otros, mientras ellos viven solos en un asilo, digamos de la “tercera edad”, para no molestar tanto a corazones sensibles, que tanto sufren por falta de afecto sincero, en la vejez de sus cuerpos. Y, ¿cuántos han discutido con la pareja, por la casa? Muchos, al final han tenido que partir su propiedad, por el divorcio. Hijos amados, os comprendo, comprendo que tener una casa, es algo muy deseado, por lo que muchos han abandonado a la familia. A veces, no se medita con sentido común; a veces, el egoísmo va más allá, y la vanidad le acompaña, y ya no es una casa, sino dos, lo que quieren muchos: la del verano y la del resto del año. Quisiera poder deciros que es lícito, y no es malo, de hecho; no es malo querer tener una casa, pero si los medios que se usan para tenerla, van contra la vida, entonces, entonces, me temo que aunque tengáis algunos esas lícitas razones para no tener hijos, esas mismas razones, se las verán contigo; no lo digo por fastidiar, no lo digo por asustaros, lo digo por ser la realidad, día a día en mi vida, de oír lamentos y sollozos de padres y esposos que, si estuvieran «realizados», ¿por qué lloran entonces, asustados? Y si su conciencia estuviera a bien con ellos mismos, ¿por qué se lamentan de no haber tenido más hijos? La soledad del hombre viejo, ¡es tán sola!; pocos se acuerdan de los de la «tercera edad», porque están disfrutando de la «primera» y la «segunda», sin ver más allá que este hoy, que tantos dicen que es lo importante, ¡el hoy! Mi opinión es distinta, mi opinión es algo distinta, porque sí que es importante lo que haces hoy con tu vida, para que si llegas a esta «tercera edad» tengas un techo donde habitar. Os deseo que, como Jesús dijo, veáis también de dar buen fruto; y si construís vuestro hogar, lícito hogar, más que pensar en si es vuestro o es de alquiler, penséis en disfrutar de él con vuestra familia en pleno, sea verano, otoño o invierno. Y si a alguien le sobra dinero para tener dos casas de propiedad, recuerde también de practicar la caridad; amén. Y tú, aunque no tengas casa, – yo tampoco tengo, y soy un sacerdote con muchos hijos espirituales, que me piden ayuda y consejo, y siempre estoy pendiente de las necesidades de todos-; por eso, rezo a Dios Padre; por eso, doy sacramentos, para que, tengas casa o no, tengas la conciencia en paz, y otro día puedas vivir tu ancianidad, con alegría, en compañía de las personas que te aman, por tus obras de amor, de amar a Dios, que en definitiva, es Él quien manda en la vida de cada quién que se pone a sus pies y le suplica, por favor, una migaja de su amor, Amor de Dios, que a todos da, si viven la caridad. La caridad empieza con uno mismo, amar a Dios, porque sí. Si tu haces así, ¡eres de los míos! Y, bendito seas por siempre jamás. Amén. Coge tu cruz y sigue a Jesús; allí me hallarás también a mí, compañero, amigo, hijo de Dios y María Purísima, sin pecado concebida. Te quiero mucho; tengas hijos o no, te quiero mucho, por el hecho de amar tú a Dios, de buscarle, de ser su discípulo amado. Que la Misa de hoy, vaya por ti, y por ti, y por el otro; id a Misa, para recibir a Jesús, que… quería decir que os necesita; y realmente, así es, ¡Dios necesita de ti!; ¡ve a Misa!, ¡ve con Dios! P. Jesús © copyright |