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15 de septiembre de 2017

Viernes 15 de Septiembre de 2.017

Evangelio:

San Juan 19, 25-27

Jesús nos da a su Madre

Joh 19:25 Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena.
Joh 19:26 Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaban allí, dijo a la madre: «Mujer, he ahí a tu hijo».
Joh 19:27 Luego dijo al discípulo: «He ahí a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

Sagrada Biblia. Nacar-Colunga (1.944)

«Palabra del Señor»

«Gloria a ti Señor Jesús»

Meditación:

Jesús nos da a su Madre

Amigos, hermanos en Cristo, Dios nos dio a su Madre, para que supiéramos la verdad de lo que nos espera en la Vida Eterna, la Heredad de ser hijos de Dios.

Si la Virgen María es Madre tuya, y es Madre de Dios, tú eres hermano de Cristo e hijo de Dios, por esta adopción que Dios nos hizo en María, la Esposa de Dios, por tener en su vientre y dar vida de su carne, a Dios Hijo, Jesucristo, que vino al mundo a salvarnos, después de muchos años del pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, y que por ellos y con ellos, Dios nos condenó al exilio de su Amor, porque el Cielo es el Amor de Dios; por eso, los que aman a Dios sobre todas las cosas y personas, esos, por el amor, aman y pueden ir directos al Amor, al Cielo, cuando mueren; y los que aman, pero no tanto, no con totalidad y preferencia a Dios, pasan antes por el Purgatorio, porque al morir, se dan cuenta del Amor Verdadero con que Dios los ama, y por no haberle correspondido, por no haberlo intentado, intentado corresponderle y hacer obras de caridad, deben quedarse en el Purgatorio, hasta que su alma, en el sufrimiento, desee desesperadamente amar y recibir el amor de Dios; por eso, en el Purgatorio, aunque es un lugar situado después de la muerte, y aunque ya después de morir, no cuenta el tiempo como aquí en la vida, en el Purgatorio se está durante un tiempo, donde se sufre por amor; porque los que han estado enamorados, saben bien que sufrir por amor, por no tener cerca al amado, es un sufrimiento purificador, porque es, digamos, bueno; se sufre, pero no por hacer mal, o que nos hagan mal, sino por amor, por ese amor recíproco con el amado, pero que por causas ajenas a nuestra voluntad, no podemos vivir el amor, no podemos recibir ni dar amor; y ¿hay dolor más doloroso, que amar y ser amado, y no poder pertenecerse, porque uno de los dos ha muerto? Los que han vivido esto, saben que esto sí que es dolor, y dolor donde no hay nada malo en ello, porque ninguno de los, digamos, amantes en el amor puro y bueno, tienen la culpa de no poder estar unidos, sino que es la ley de la naturaleza, quien los ha separado. Y lo mismo ocurre en el Purgatorio, se está separado del Amor Verdadero, que hemos visto que existe, y que nos ama tanto, al morir; y se sufre, se sufre tanto sin poder ir a Él, a Dios, que vive en su Reino; y algunos, muchos, demasiados, tienen que esperar en el Purgatorio, la ida a la Comunión Eterna con Dios, Uno y Trino, y con Ellos, Santa María, la Madre, la Esposa, la Hija de Dios.

Regresemos al dolor del Purgatorio, porque quiero que entendáis esto, y así comprenderéis muchas cosas, y elegiréis amar a Dios sobre todas las cosas.

Cuando uno ama a otro, cuando ya ama tanto, ya no es un amor de corazón, sino que es del alma entera; cuando después de la boda, dos son uno, con la bendición de Dios, sellados por el sacramento santo del matrimonio, dos conviven, viven y se dan la ayuda mutua para ir ambos al Cielo, para hacer aquí en la tierra, la voluntad de Dios, que es continuar la generación de los hijos de Dios, llenar el Cielo de almas que le amen y se dejen Amar por Él; este es el secreto del matrimonio, la salvación de la familia.

Ocurre lo mismo en la Comunión, en la Eucaristía, que uno se fusiona con Dios, Uno y Trino, mediante comer la Carne de Dios y beber su Sangre, de Dios, en Jesús; y lo imposible se hizo posible, Dios vino al mundo, a unirse con las personas de buena voluntad, con los que libremente quieren su Amor, desean su Amor, aman su Amor.

Veo que me estoy alargando mucho, hijos amados de Dios y míos, este sacerdote que os habla del Amor de Dios, de la Verdad; así que proseguiré mañana, ¡no te olvides de leerme!

Gracias.

P. Jesús

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