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24 de febrero de 2016

Miércoles 24 de Febrero de 2.016

Evangelio:

San Mateo 20, 17-28

La madre de los hijos de Zebedeo

Mat 20:17 Subía Jesús a Jerusalén y, tomando aparte a los doce discípulos, les dijo por el camino:
Mat 20:18 «Mirad, subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que le condenarán a muerte,
Mat 20:19 y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten y le crucifiquen; pero al tercer día resucitará».
Mat 20:20 Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose, para pedirle algo.
Mat 20:21 Díjole Él: «¿Qué quieres?» Ella contestó: «Di que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino».
Mat 20:22 Respondiendo Jesús, le dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo tengo que beber?» Dijéronle: «Podemos».
Mat 20:23 Él les respondió: «Beberéis mi cáliz, pero sentarse a mi diestra o a mi siniestra no me toca a mí otorgarlo; es para aquellos para quienes está dispuesto por mi Padre».
Mat 20:24 Oyéndolo, los diez se enojaron contra los dos hermanos.
Mat 20:25 Pero Jesús, llamándolos a sí, les dijo: «Vosotros sabéis que los príncipes de las naciones las subyugan y que los grandes imperan sobre ellas.
Mat 20:26 No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que entre vosotros quiera llegar a ser grande, sea vuestro servidor,
Mat 20:27 y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro esclavo,
Mat 20:28 así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos».

Sagrada Biblia. Nacar-Colunga (1.944)

«Palabra del Señor»

«Gloria a ti Señor Jesús»

Meditación:

La madre de los hijos de Zebedeo

Así hacen las buenas madres, van a Jesús, a Dios, y rezando con todo su corazón, piden por sus hijos para que se salven, para que, en esta vida, las cosas les vayan bien y no caigan en las malas tentaciones, para que tengan salud y dinero, y una mujer guapa y santa y buena madre para sus hijos; y piden a Dios por cada uno de ellos, de sus hijos; si tienen hijas, piden un marido santo, honesto, fiel, trabajador y buen padre para sus hijos, además de buen esposo y varón agraciado físicamente; ¿Por qué no? Ya se sabe como son estas madres santas de esposos santos y futuros hijos y nietos santos; siempre dicen lo mismo: “Por pedir que no quede”. Y piden y piden, y se unen a la Virgen María y siguen pidiendo, un día sí y el otro también. ¡Benditas son estas madres, como la madre de los hijos de su esposo Zebedeo, que tienen el santo descaro de tratarse de tú a tú con Dios, con Jesús!

Dios Padre ama a estas madres valientes en la fe y audaces con sus palabras y hechos, porque los hijos de Zebedeo, recordemos que iban con Jesús; ella, su madre, los dejó ir a los dos con Jesús, no los retuvo para ella sino que, sabiendo que estaban con Jesús, contenta ella, fue a Jesús y pidió por sus hijos, y sabemos que Dios Padre tuvo en cuenta su petición, porque sus amados hijos son santos; como lo serán los tuyos si acudes a Jesús, si acudes a Dios Padre en nombre de Jesús; ¡ya verás que gozada en el Cielo!

Madres, cuánto os ama Dios Padre; si lo supiérais, pediríais más; criticaríais menos a vuestros hijos y pediríais más. Sí, vamos a decirlo todo; ¡lástima que seáis tan criticonas a veces! Porque mira que sois buenas y ¡guapas!, pero… en cuento empezáis a decir en voz alta las verdades, ¡todos salen disparados a esconderse! Porque listas lo sois, más que inteligentes, ¡No os enfadéis conmigo, sólo soy un sacerdote que os conoce bien y os ama más de lo que podéis pensar! No está mal que sepáis como son vuestros hijos, eso no está nada mal, lo malo es decirlo malamente, lo malo es gritarlo, es sacarlo a relucir, y delante de otros; lo malo es pensar que tú puedes educar a tus hijos con la crítica, y, no. ¿Por qué no pruebas con la oración y tu ejemplo? ¿Hacemos un trato tú y yo? Yo rezo por tí y tú rezas por tus hijos; ¿Qué te parece? ¿No es un buen plan? ¡Dí que sí!

Por cierto… Ven aquí, amigo mío, esposo de esta maravillosa mujer que Dios te dió, en medio de sus innumerables defectos, y, ¡un abrazo, hombre de Dios! ¡Qué mujer tienes! Una gran persona, que necesita de ti. ¡Échale un “cable” de vez en cuando! Pero… ¿Qué dices? Que no te deja… Eso es porque la has tenido algo abandonada; no lo niegues, que te estoy mirando al corazón. Ah, como lo hizo bien cuando los chavales eran peques, pero… Mira, ya han crecido, y ella sola no sabe; ella entiende de muchas cosas, pero no todas. Anda, no te hagas el remolón, y ayúdala. Ah, dices que no sabes cómo. Lo sé. Pero no digas que no se deja; eso es mentira. Di que tampoco sabes tú. Pero hay algo maravilloso que sabéis hacer los dos, y debéis hacerlo juntos en vuestro dormitorio, y es daros a la oración, juntos y unidos para que Cristo salve a vuestros hijos. Habladlo los dos, y decidid rezad cada día un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, para la santidad y unidad de la familia, y luego hablad de vuestras cosas románticas y mantened despierto vuestro buen humor; reíos de ese día malo y sonreíd por el bueno, y a todo ello, besaos y amaos, y mañana será otro día de esfuerzo y de trabajo en equipo. Y dile a tu esposa, por lo menos con los ojos, ¡que es maravillosa! Porque lo es; a pesar de todo, lo es; recuerda su cruz y sus sufrimientos. ¡Deja los tuyos! Tú eres un hombre y puedes llevar tu cruz y la de ella, ¿Por qué crees que Dios se hizo hombre y no mujer? Porque los hombres sirven a la mujer, al mundo; ¡les encanta! Como a ellas, les encanta ser servidas, mimadas, amadas, valoradas; y ellas también sirven en la medida que les deja su propia naturaleza, que las martiriza mucho más que la del propio varón; ellas, necesitan afecto constante, aunque se comporten a veces muy críticas, pero es que ellas saben, y, al saber, pueden ayudar; los hombres aprenden tanto de las mujeres, y las mujeres necesitan tánto de los hombres; por eso el matrimonio es para tener hijos y ayudarse a la santidad. Rezad juntos y decidid juntos dar buen ejemplo a los hijos, porque ellos necesitan de vuestro amor y vuestro buen humor. Y donde hay amor, hay buen humor. ¡Seguro! 

A todo eso: madres y padres, confiad en Dios y pedid, en nombre de Jesús, que vuestros hijos sean felices con su cruz, y por su cruz; porque las cruces llevadas con garbo, dan alegría a los que superan las pruebas de la vida. Es como gimnasia espiritual. ¡Hay que estar en forma! ¡A coger la cruz y a vivir la vida con Jesús, viviendo en Gracia de Dios!

P. Jesús

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