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14 de septiembre de 2017

Jueves 14 de Septiembre de 2.017

Evangelio:

San Juan 3, 13-17

Visita de Nicodemo

Joh 3:13 Dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie subió al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Joh 3:14 A la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre,
Joh 3:15 para que todo el que creyere en Él tenga la vida eterna.
Joh 3:16 Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna;
Joh 3:17 pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él».

Sagrada Biblia. Nacar-Colunga (1.944)

«Palabra del Señor»

«Gloria a ti Señor Jesús»

Meditación:

Visita de Nicodemo

Dios, que es inmortal, tenía que ser dado a la muerte; Él no podía morir por ancianidad ni por enfermedad, porque como María, su naturaleza era llena de Gracia, como habían sido creados Adán y Eva, es decir, sin tener que conocer la enfermedad y la muerte; por eso, para poder salvarnos, tenía que ser muerto, había que darle la muerte a Dios.  

De otra manera, habría vivido siempre. Por eso mismo, María subió a los Cielos sin morir, porque su cuerpo, elegido para ser la Madre de Dios, no conocía la enfermedad ni hubiera conocido la muerte, sólo podía marcharse de este mundo, como lo hizo, elevada a los Cielos, al Amor de Dios.

El hombre debe morir; la persona, para ir al Amor de Dios, tiene que morir. Dios, que es el mismo Amor en sí mismo, ya vive en su Amor, por ser Amor; entonces, no tenía necesidad, como Dios, de morir, pero sí que teniendo cuerpo humano, podía morir si lo mataban, y debía morir en la carne de hombre, de persona, para ir así, siendo Dios, al Padre, a solicitar el perdón de las obras de la carne. Desde el pecado original, no puede haber totalidad de bien en nadie humano, pero sí debe intentarlo una y otra vez, y otra más, en ser perfecto, en imitar a Cristo, a Dios.


Dios, Cristo, con su voluntad, venció toda tentación, por la naturaleza humana, que siempre es tentada, siempre es probada por Dios, para saber si eres merecedor de recibir su amor, amor con que Dios te ama.

No, si tú no tienes la culpa de la historia de Adán y Eva, pero eres parte de su descendencia en su naturaleza humana, y debes demostrarle a Dios, que aun recibiendo la tentación, puedes elegir su Amor. Sí que Adán y Eva fueron tentados, como fueron tentados María y Jesús, porque el mundo está lleno de tentaciones, tentaciones que podemos y debemos superar, porque Dios, Jesús, las superó, y nos dio los sacramentos, para que con Él, con Dios mismo, podamos superar cualquier mala tentación, ya sea del demonio, del mundo, o de la carne. Dios las superó todas, por ser Dios en carne humana, y tú, tú las puedes superar todas, por ser hijo de Dios por el Bautismo, por la Confirmación, la Confesión, la Comunión, la Unción de los Enfermos, y en los casos especiales, por el Sacramento del Matrimonio o del Sacerdocio. Ya os iré hablando de cada sacramento, porque ¡son maravillosos! ¡Oh, si lo supierais bien, estaríais tan contentos de tener a Dios con vosotros! Jesús, que vino al mundo siendo Dios, y sin dejar de ser Dios, se hizo hombre en las entrañas de María Virgen, en el cuerpo y con el cuerpo y por el cuerpo de la Santísima Virgen María, y tuvo que ser dado a la muerte, pero sin haber hecho nada malo, ¡tenía que ser asesinado! para ir así al Padre, para que pudiera presentar como ofrenda por el perdón de los pecados de todos los hombres, una vida perfecta en un cuerpo imperfecto, pero que al ser Hijo de Dios y tener naturaleza humana de la Plena de Gracia, Él, Dios, pudiera pagar el rescate de esta muerte a la que estábamos destinados; porque por el pecado de Adán y Eva, se cambió la naturaleza del hombre, y si antes había sido creado para vivir siempre y sin enfermedades, por el pecado cometido por nuestros primeros padres, Adán y Eva, después, con su sentencia a muerte, todos morimos, y el hombre muere; pero, por Cristo, vivimos, porque vino a rescatar nuestra alma de la muerte; el cuerpo muere, pero el alma vive y vivirá siempre, según sus obras de fe, de esta fe que muestra y demuestra el amor con que amamos a Dios; y por ellas, por las obras, cuando se muere, se va al Cielo o se va al Infierno, pero hay vida. Jesús fue a lo que antes se llamaba «los infiernos», y fue a buscar a los muertos de todos los tiempos, eso hace suponer que antes, cuando se moría, quedaba en suspenso la sentencia de la vida eterna, porque Dios aún no había venido al mundo; los Profetas lo habían anunciado, y la fe se regulaba por los Diez mandamientos de la Ley de Dios, por la promesa del Pueblo elegido por Dios, para que no se olvidara la historia de la humanidad, de generación en generación, y se pudiera acceder, en la plenitud de los tiempos, a la salvación que vendría, y vino de Dios.

Mañana continuaré. ¡Hasta mañana!; ¡no me falles a la cita, y léeme!

P. Jesús

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